"Los psicólogos son unos chorros", pensó Silvina. "Hice
bien en nunca ir a uno". Oía el crujido como en sus pesadillas.
Recordaba sus tiernos cinco años, no como algo que hubiese vivido
realmente, sino más bien parecido a una película. Como si se estuviese
repitiendo una historia que hace años ella misma se había contado, para no
olvidar el episodio. Solía jugar en el taller de arreglos de su papá, a pesar
de que era un lugar sucio, desordenado e irrespirable por el olor a pintura y
pegamento. Él la retaba cada vez que la veía ahí, diciéndole que ese no era
lugar para nenas como ella, mucho menos para andar con los vestidos que su
madre tanto cuidaba y procuraba conservar como nuevos. Sin embargo, era
irresistible para la pequeña Silvina ir a jugar entre papeles de diario, cajas
y pinceles, a ese lugar colmado de esfuerzo de su papá, la adorada figura que
allí hacía su magia. La utilería laboral del lugar alimentaba su creatividad.
Recordaba en tercera persona, como viéndose a sí misma, que esa tarde de antaño
estaba bailando una imaginaria canción sobre un escenario improvisado entre
cajones de verdulería y telones de cortinas viejas. En pleno
"recital" salió una cucaracha de proporciones descomunales (así la
recordaba, comparativamente con el cuerpo de una nena de cinco años) de una pila
de papeles de diario e irrumpió en el medio de la escena, haciendo que Silvina
pegara un grito que resonó en toda la casa. Siguió el escape, el tropiezo, la
caída con el consecuente raspón en la rodilla. Si no hubiese sido por la
oscuridad espesa que la rodeaba, en ese momento, veinte años después, hubiera
estado viendo la cicatriz devenida en mancha color café con leche que aún
conservaba en la pierna.
En esa oportunidad sus padres no habían entendido la reacción de
Silvina, que ellos calificaban como desmedida y exagerada. ¿Pero acaso hay
algún chico que no le tenga repulsión a las cucarachas?
"La lastimadura en la rodilla fue lo que complicó todo. Los
padres se preocupan cuando ven sangre. Para el resto de los miedos infantiles,
creen que sólo hace falta crecer. Cuando te lastimás, en cambio, ya es un
problema psicológico".
Como si su destino hubiese estado marcado por las cucarachas,
siguieron los acontecimientos asquerosos. A los trece años despertó
sobresaltada. Había sentido que alguien tocaba sus párpados. La presión sobre
su ojo y un cosquilleo en la nariz la despertaron. Un crujido cercano la hizo
temblar. Encendió la luz y vio correr sobre su cama una cucaracha, que parecía
calcada a aquella del taller a los cinco años. Se sacudió frenéticamente y
corrió fuera de su habitación, alertando a sus padres que aún dormían en el
cuarto de al lado en esa plácida mañana de sábado de verano.
"Capaz fue porque no los dejé dormir en paz. Sobredimensionaron
mi reacción y a partir de ahí empezaron a romperme la cabeza con la idea de que
tenía que ir al psicólogo."
"Un poco es como decía Freud", pensó Silvina, balanceando
sus piernas juntas hacia los costados, tal vez inconscientemente para sentir
que tenía cierta libertad de movimientos. "La culpa la tienen los padres.
Pero no por un problema de vínculo, sino porque sus ideas fijas martillando en
el cráneo del chico provocan el daño psicológico. Yo no tenía un miedo
desproporcionado hacia las cucarachas de forma natural, sino que ellos me lo
inculcaron. ¿Quién lo hubiese pensado? Yo, que creo que toda la psicología es
una mentira, coincidiendo en algo con Freud".
Sentía apenas más fuerte, más cerca, el crujido. Como en sus
pesadillas. Sin embargo, no tenía miedo.
Hasta los quince años sus primos habían aprovechado la debilidad
inventada por sus padres y no dejaban pasar ninguna oportunidad para poner
cucarachas entre sus cosas o perseguirla esgrimiéndolas, aun con asco, para
provocar su horror.
"Los nenes son crueles. Son el ser humano en su máxima
expresión" concluyó con hartazgo repasando sus recuerdos.
"Igual, aunque me gustara la psicología, nunca hubiese sido
freudiana". Se sentía más cerca de la filosofía popular del "todo es
por algo", o mal llamado "destino", que encadena cosas
aparentemente inconexas y les da explicaciones a los acontecimientos.
"De algo sirvió todo el terror que sentí hasta la
adolescencia" se dijo. "Me inmunicé. Enfrentarme tanto con mi
supuesta debilidad hizo que la haya neutralizado". El crujido de patas y
alas en movimiento, que compartían piso con ella en una habitación que suponía
sería un sótano o algún escondite clandestino, no la amedrentaba. Su pesar
hubiese podido ser mucho peor en ese momento, en el que estaba sola,
amordazada, atada de pies y manos y dolorida por los golpes recibidos; si encima de todo eso, aún tuviera
miedo a las cucarachas.
Genial!! Ya te lo dije antes, pero te lo digo por aca tambien. Para que lo sepa el mundo bloguista!! =P
ResponderEliminarMuy bueno, querida colega. Fiel a tu estilo. Me gusta mucho el final.
ResponderEliminarP.d.: no me sale mi perfil escritor para publicar el comentario jaja