lunes, 5 de octubre de 2015

Pensamientos de un ateo agonizando

En el lecho de muerte, una cama abandonada en algún hospital público, un anciano decrépito agoniza inhalando y exhalando con dificultad. Su cuerpo ya fue entregado al dolor y el esfuerzo. Su mente es lo único que conserva. Tiene miedo, no por la vida que está perdiendo sino por lo que aún le queda por vivir, según las palabras del sacerdote que le da la extrema unción. Escucha con temor, y no es la primera vez, que hay vida después de la muerte. Ese no es el fin. Aún no. ¿Cuánto tendrá que seguir luchando? Ya no escucha al sacerdote sino que piensa en todas las posibilidades que a lo largo de sus 82 años ha leído o escuchado. Ahora llega el momento de saber por cuál de los caminos será arrastrada su alma. Tal vez se convierta en fantasma y permanezca vagando por el planeta o el universo sin poder olvidar. Verá con claridad todas las atrocidades del mundo. Estará solo y no podrá hacer nada ya. No cree que los fantasmas tengan dones mágicos para interferir en la vida humana.

Tal vez renazca en forma de planta. ¿Cuántos años será un vegetal, incapaz de moverse, de conocer el exterior a través de los cinco sentidos a los que ya se ha habituado? En su agonía piensa que el tiempo es relativo. Tanto si se convierte en un alerce o un rosal, sus nuevos sentidos serán engendrados junto con él y no recordará otra manera de comprender el mundo. No entenderá el paso del tiempo, sino a través de las estaciones. ¿Sentirán dolor las plantas? Los riesgos de ser un vegetal y morir en manos de las inclemencias del tiempo, de máquinas humanas horrorosas que lo toparán sin piedad, o en las fauces de un animal que se lo apropia para su subsistencia, los siente tan reales a causa de la fiebre que al volver a caer en la cuenta de su humanidad, trata de "definir" rápidamente otra alternativa.

Por lo menos siendo un animal conservaría, salvando algunas diferencias, los mismos sentidos. Tendría también la posibilidad de huir de los depredadores. Si ha de morir como presa, habrá tenido la oportunidad de escapar. Excepto que sea una mascota, sus probabilidades de morir por una enfermedad o de manera natural son casi nulas. Debería estar agradecido o disfrutando esa, su muerte humana, que tiene la posibilidad de vivirla de viejo. El sacerdote sigue hablando, leyendo un pasaje de la biblia ahora.

A menos que se convierta en depredador. Se imagina como un viejo león, recostado en la pradera, esperando la muerte. No tendría que escuchar a un sacerdote. A lo sumo una o dos aves confundidas se acercarían y posarían sobre su cuerpo para cerciorarse de si tiene vida. Parece que para morir como ser humano hay que dar explicaciones. Estar en un hospital, ser despedido, recibir la extrema unción, ser esculcado para definir si aún hay pulso. Hacer exposiciones con el cuerpo y finalmente dejarlo pudrirse en una caja. Nadie pagará su funeral. Tal vez en la tierra sea depositado como un NN. ¿Qué importa? ¿Acaso no será sólo un montón de materia orgánica convirtiéndose en humus? Ya no será nadie.

De todas las posibilidades, volver a ser humano es la más idiota.


Cada vez le cuesta más respirar. El sacerdote sigue hablando. No hay nadie más en la habitación. Tiene miedo. Ojalá todo termine de una buena vez. Y por favor, por favor, señor (sacerdote, Dios, universo, destino... no sabe a quién rogar) que no vuelva a empezar.