En
el lecho de muerte, una cama abandonada en algún hospital público, un anciano
decrépito agoniza inhalando y exhalando con dificultad. Su cuerpo ya fue
entregado al dolor y el esfuerzo. Su mente es lo único que conserva. Tiene
miedo, no por la vida que está perdiendo sino por lo que aún le queda por
vivir, según las palabras del sacerdote que le da la extrema unción. Escucha
con temor, y no es la primera vez, que hay vida después de la muerte. Ese no es
el fin. Aún no. ¿Cuánto tendrá que seguir luchando? Ya no escucha al sacerdote
sino que piensa en todas las posibilidades que a lo largo de sus 82 años ha
leído o escuchado. Ahora llega el momento de saber por cuál de los caminos será
arrastrada su alma. Tal vez se convierta en fantasma y permanezca vagando por
el planeta o el universo sin poder olvidar. Verá con claridad todas las
atrocidades del mundo. Estará solo y no podrá hacer nada ya. No cree que los
fantasmas tengan dones mágicos para interferir en la vida humana.
Tal
vez renazca en forma de planta. ¿Cuántos años será un vegetal, incapaz de
moverse, de conocer el exterior a través de los cinco sentidos a los que ya se
ha habituado? En su agonía piensa que el tiempo es relativo. Tanto si se
convierte en un alerce o un rosal, sus nuevos sentidos serán engendrados junto
con él y no recordará otra manera de comprender el mundo. No entenderá el paso
del tiempo, sino a través de las estaciones. ¿Sentirán dolor las plantas? Los
riesgos de ser un vegetal y morir en manos de las inclemencias del tiempo, de
máquinas humanas horrorosas que lo toparán sin piedad, o en las fauces de un
animal que se lo apropia para su subsistencia, los siente tan reales a causa de
la fiebre que al volver a caer en la cuenta de su humanidad, trata de
"definir" rápidamente otra alternativa.
Por
lo menos siendo un animal conservaría, salvando algunas diferencias, los mismos
sentidos. Tendría también la posibilidad de huir de los depredadores. Si ha de
morir como presa, habrá tenido la oportunidad de escapar. Excepto que sea una
mascota, sus probabilidades de morir por una enfermedad o de manera natural son
casi nulas. Debería estar agradecido o disfrutando esa, su muerte humana, que
tiene la posibilidad de vivirla de viejo. El sacerdote sigue hablando, leyendo
un pasaje de la biblia ahora.
A
menos que se convierta en depredador. Se imagina como un viejo león, recostado
en la pradera, esperando la muerte. No tendría que escuchar a un sacerdote. A
lo sumo una o dos aves confundidas se acercarían y posarían sobre su cuerpo
para cerciorarse de si tiene vida. Parece que para morir como ser humano hay
que dar explicaciones. Estar en un hospital, ser despedido, recibir la extrema
unción, ser esculcado para definir si aún hay pulso. Hacer exposiciones con el
cuerpo y finalmente dejarlo pudrirse en una caja. Nadie pagará su funeral. Tal
vez en la tierra sea depositado como un NN. ¿Qué importa? ¿Acaso no será sólo
un montón de materia orgánica convirtiéndose en humus? Ya no será nadie.
De
todas las posibilidades, volver a ser humano es la más idiota.
Cada
vez le cuesta más respirar. El sacerdote sigue hablando. No hay nadie más en la
habitación. Tiene miedo. Ojalá todo termine de una buena vez. Y por favor, por
favor, señor (sacerdote, Dios, universo, destino... no sabe a quién rogar) que
no vuelva a empezar.