domingo, 13 de diciembre de 2015

El nieto de la directora

El nieto de la directora vivía en Parques Verdes igual que yo, que Lucas y casi todos los chicos de sala roja. Pero iba y venía del jardín en colectivo. Todos los días cuando nos venían a buscar él se quedaba hasta que nos habíamos ido todos. Un día que mamá vino tarde porque se le había roto la computadora del trabajo lo vi. Se quedó sentado solo en el pasillo de la entrada, al lado de la dirección, hasta que salió la abuela y se lo llevó.
 - La directora lleva al nieto en colectivo porque dice que así conoce el mundo, que "sale de la burbuja". A mí me parece cualquiera -le escuché decir a mi mamá mientras tomaba el té con la mamá de Lucas.
 - Nos quiere hacer quedar a todas como unas tontas. Pero eso no es bueno para Dieguito, es peligroso. - dijo ella.
Ese día se me grabó el nombre, porque para mí era "el nieto de la directora". Era callado, siempre jugaba solo, no se acercaba a ningún grupo ni tampoco nadie se acercaba a él. No llevaba juguetes lindos al jardín. Pero yo había visto que tenía el auto robot un día que pasé por la casa y estaba en la vereda. Mi mamá decía que la abuela no le dejaba llevarlos para que no se los roben. "Y más vale", yo pensé. Yo le hubiese robado el auto.
Cuando le dije a Lucas que el nieto de la directora tenía un auto robot azul, de esos de luces, que dan la propaganda cuando vemos los dibujitos, abrió la boca y los ojos grandotes. Al día siguiente fue al arenero, donde siempre estaba Diego, y le preguntó por qué no traía el auto robot al jardín. Le respondió que era de su primo Gustavo y que sólo se lo prestaba cuando venía de visita. Entonces nosotros nos fuimos a las hamacas. Diego quedó solo, como siempre. Jugaba solo, caminaba solo, adentro del jardín. Afuera iba de la mano de la directora.
Le conté a mi mamá y me dijo que los nenes repiten como lorito lo que les dicen que digan, o algo así. No entendí bien. Debe ser porque yo también soy un nene. Me molesta cuando mamá habla así. Parece que hablara con la mamá de Lucas, pero me está hablando a mí.
 - Ese nene, encima de egoísta y caprichoso, va a ser un mentiroso. - le escuché decir a mi mamá después, cuando vino la mamá de Lucas y se pusieron a hablar de la directora.
Nadie lo quería a Diego. Por eso estaba siempre solo y nadie se puso triste cuando lo encontraron muerto abajo de la arena. Ya habíamos saludado a la seño para irnos a casa pero cerró la puerta de la salita y no nos dejó salir. Estaba pálida. No quería que miremos por la ventana. Se escuchaban gritos de varias seños y la directora no paraba de llorar.
Miré a Lucas. Justo me estaba mirando con los ojos re abiertos. Le hice señas de "shh" con el dedo, para que no hablara.
Las seños no nos querían decir nada. Nos vinieron a buscar nuestros papás y después mi mamá me explicó que gritaban porque habían encontrado a Dieguito muerto y que eso es muy feo y que nadie sabe nada pero que es un escándalo y que capaz como le pasó al nieto de la directora ahora se iban a fijar más lo que pasa en el parque.
Al día siguiente no fuimos al jardín. Lucas vino a mi casa y jugamos en el patio. La mamá dijo que estaba muy callado y que era mejor que jugáramos para no pensar en el pobre de Dieguito.
 - Mamá me dijo que Diego se fue al cielo. -me contó después de un rato largo sin hablarme mientras jugaba con dos autitos.
 - No le dijiste nada, ¿no? –le pregunté.
Se puso a llorar.
Juramos que iba a ser un secreto que le habíamos hecho comer arena y lo habíamos enterrado. No nos dimos cuenta de que se moría. No estaba mal porque él era malo pero si se enteraban nos iban a retar mucho. Lucas dejó de llorar y los dos pusimos los dedos en forma de cruz sobre los labios y dijimos "prometido". Ese fue nuestro secreto de mejores amigos.
Cuando volvimos al jardín todas las maestras parecían tristes. Vino una directora nueva. A la otra no la vimos más. No se notó que no estaba más Dieguito. Nadie lo quería.

martes, 8 de diciembre de 2015

Lo que estuve tratando de explicarte

No vayamos a lugares especiales, vamos a un sitio común y volvámoslo especial. Es lo que estuve tratando de explicarte.
No intentemos hacer cosas extraordinarias, hagamos cosas cotidianas de una forma extraordinaria. Eso es lo realmente extraordinario. Rompamos todas las reglas, sobre todo esas que nadie impuso pero todos respetan.
Digamos cosas sin sentido. Miremos el mundo como si fuera una fotografía en movimiento. Busquemos la belleza en lo simple, inventemos nuestro propio sentido estético.
Actuemos como nenes, como inmaduros, como locos. No crezcamos nunca.
Hablemos, hablemos, hablemos. Amemos las palabras. Inventemos neologismos. Comparemos lo que decimos con lo que queremos decir. Discutamos. Matémonos verbalmente, en una comunión risueña.
Somos poderosos, creámoslo. Midamos las pequeñas acciones, observemos la caída de la primera ficha de dominó de la fila, hagamos viento. Admirémoslo. Inventemos un mundo. Soñemos, planiemos, adoremos lo que otros soñaron y que hoy nos rodea. Aspiremos a eso. Tengamos la seguridad, hecha religión, de que vamos a dejar nuestra huella... si no puede ser en la tierra, al menos en nuestra mente, y nuestros corazones.
Mirémonos a los ojos y tratemos de comunicarnos. Riámonos de todo. Saquémonos la vergüenza. Animate a agarrarme de la mano y sentir mi corazón. Es lo que estuve tratando de explicarte.
Leeme entre líneas. Hagamos escritura automática, digamos lo primero que se nos ocurre, tiremos pensamientos en bruto arriba de la mesa, hagamos una obra de arte. Es lo que estuve tratando de explicarte.
Bailemos sin seguir ningún paso, cantemos desafinando pero con toda el alma, hagamos ruido, gritemos.
Vivamos en una comedia musical. Vayamos a cualquier lado y conquistémoslo como si nadie hubiese estado allí antes que nosotros. Amemos. Soñemos. Vivamos. Creamos. Seamos felices. Clavame los ojos y no permitas que te baje la mirada. Agarrame la cara y desafiame.
Caminemos, corramos, volemos. Se nos van a debilitar los músculos pero se fortalecerán esas alas atrofiadas. No nos preocupemos por el suelo, total tenemos un ancla atada a cada pierna. Subamos cuanto podamos, acerquémonos a ese sol. No permitamos que nos tiren abajo.
Hagamos nuestros propios tiempos, saboreemos cada instante, y que los relojes sigan, no los necesitamos. ¿Qué nos importan los tiempos del mundo, si esto nos incumbe a vos y a mí? Eso es lo que estuve tratando de explicarte.

Vivamos mientras podamos. Volemos lo que dura este segundo de alegría.

jueves, 12 de noviembre de 2015

El final de las cosas

Tienen algo en común una prenda harapienta, un envoltorio de caramelo, una anotación ayudamemoria en una hoja de papel, una fruta pasada. Todos van a parar al mismo lugar, como si fuera la esencia, el fin último inherente a ellos mismos.
Basura, desecho, desperdicio, residuo. Para un estudioso de la teoría del costo se diferencian unos de otros. Para las cosas en sí mismas son todos sinónimos. Todas terminan siendo lo mismo. No importa cuál es la idea del creador de cada objeto, ninguno puede durar eternamente. Se vuelve caduco, obsoleto, desgastado, como una acción que se realiza, se consume y queda como un mero recuerdo.
La basura es el recuerdo de las cosas que alguna vez fueron útiles. Se puede embolsar, ocultar, tapar su mal olor, cambiar de lugar, dejar en la calle para que la lleven, enterrar, incinerar, comprimir. La basura y los recuerdos se pueden reducir, podemos dejar de verlos, de olerlos o sentirlos de cualquier modo. Pero inevitable e indudablemente en algún lado estarán los átomos que componen la primera, los pensamientos que crearon los segundos.
La basura es la sombra perpetua de todas las cosas. Todo lo que nos rodea, y aún nosotros mismos (por crudo que suene) sabemos que terminaremos en un montón de residuos deformes, irreconocibles, como prueba irrefutable de que alguna vez algo, alguien, existió.
No es ninguna novedad que nada se gana ni se pierde, todo se transforma. ¿Qué pasa si el todo no es más que materia prima para el desarrollo y posterior deterioro? El todo puede ser el ingrediente principal para el fracaso general. Y todo será sólo ese fracaso, esa basura, esa nada en utilidad, puro recuerdo.

lunes, 5 de octubre de 2015

Pensamientos de un ateo agonizando

En el lecho de muerte, una cama abandonada en algún hospital público, un anciano decrépito agoniza inhalando y exhalando con dificultad. Su cuerpo ya fue entregado al dolor y el esfuerzo. Su mente es lo único que conserva. Tiene miedo, no por la vida que está perdiendo sino por lo que aún le queda por vivir, según las palabras del sacerdote que le da la extrema unción. Escucha con temor, y no es la primera vez, que hay vida después de la muerte. Ese no es el fin. Aún no. ¿Cuánto tendrá que seguir luchando? Ya no escucha al sacerdote sino que piensa en todas las posibilidades que a lo largo de sus 82 años ha leído o escuchado. Ahora llega el momento de saber por cuál de los caminos será arrastrada su alma. Tal vez se convierta en fantasma y permanezca vagando por el planeta o el universo sin poder olvidar. Verá con claridad todas las atrocidades del mundo. Estará solo y no podrá hacer nada ya. No cree que los fantasmas tengan dones mágicos para interferir en la vida humana.

Tal vez renazca en forma de planta. ¿Cuántos años será un vegetal, incapaz de moverse, de conocer el exterior a través de los cinco sentidos a los que ya se ha habituado? En su agonía piensa que el tiempo es relativo. Tanto si se convierte en un alerce o un rosal, sus nuevos sentidos serán engendrados junto con él y no recordará otra manera de comprender el mundo. No entenderá el paso del tiempo, sino a través de las estaciones. ¿Sentirán dolor las plantas? Los riesgos de ser un vegetal y morir en manos de las inclemencias del tiempo, de máquinas humanas horrorosas que lo toparán sin piedad, o en las fauces de un animal que se lo apropia para su subsistencia, los siente tan reales a causa de la fiebre que al volver a caer en la cuenta de su humanidad, trata de "definir" rápidamente otra alternativa.

Por lo menos siendo un animal conservaría, salvando algunas diferencias, los mismos sentidos. Tendría también la posibilidad de huir de los depredadores. Si ha de morir como presa, habrá tenido la oportunidad de escapar. Excepto que sea una mascota, sus probabilidades de morir por una enfermedad o de manera natural son casi nulas. Debería estar agradecido o disfrutando esa, su muerte humana, que tiene la posibilidad de vivirla de viejo. El sacerdote sigue hablando, leyendo un pasaje de la biblia ahora.

A menos que se convierta en depredador. Se imagina como un viejo león, recostado en la pradera, esperando la muerte. No tendría que escuchar a un sacerdote. A lo sumo una o dos aves confundidas se acercarían y posarían sobre su cuerpo para cerciorarse de si tiene vida. Parece que para morir como ser humano hay que dar explicaciones. Estar en un hospital, ser despedido, recibir la extrema unción, ser esculcado para definir si aún hay pulso. Hacer exposiciones con el cuerpo y finalmente dejarlo pudrirse en una caja. Nadie pagará su funeral. Tal vez en la tierra sea depositado como un NN. ¿Qué importa? ¿Acaso no será sólo un montón de materia orgánica convirtiéndose en humus? Ya no será nadie.

De todas las posibilidades, volver a ser humano es la más idiota.


Cada vez le cuesta más respirar. El sacerdote sigue hablando. No hay nadie más en la habitación. Tiene miedo. Ojalá todo termine de una buena vez. Y por favor, por favor, señor (sacerdote, Dios, universo, destino... no sabe a quién rogar) que no vuelva a empezar.



sábado, 12 de septiembre de 2015

Mariposa

No todos los días se encuentra
una mariposa sin miedo.
Ni todos los días dejamos de ser
sombras capaces de provocarlo.
Rara vez una de ellas
se encuentra con uno de nosotros.
En general sus alas
son las que nos atraen
y las alejan.
Porque ante todo,
dulce oruga,
la naturaleza fue discreta.
Al mismo tiempo que te dio belleza
te dio el mecanismo de defensa.
Sólo el día que dejás de escapar
el bien y el mal te encuentran.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Bajo las alas del Búho

No hay que esperar a que te lean. Hay que salir a leer. Y, si es posible, dejar un poco de alma en eso. Haceme caso; una sola sonrisa espectadora bastará para que sientas que valió la pena. Un solo cómplice contándote su historia te servirá para no bajar los brazos. No importa lo que hayas hecho hasta ahora, ni el camino que estés tomando. No hay rutas marcadas ni mapas ni coordenadas en la vida. Sólo el corazón, o las neuronas, o el alma, o lo que sea, es lo que te guía. Podés pegar el volantazo y cambiar el rumbo cuando quieras. El tiempo es tu combustible. Lo único que importa es que sigas el camino.

domingo, 9 de agosto de 2015

Energía (Microrrelatos)

Energía

El día de Alicia no había sido de los mejores. Al llegar a su casa, para colmo, no había luz. Alumbrando su camino con el 5% de batería restante de su celular, llegó a su cuarto. Comenzó a desnudarse de las múltiples capas de ropa que la cubrían. Al sacarse la camiseta, que había tenido pegada al cuerpo todo el día, sintió un chasquido y vio una pequeña luz una milésima de segundo. Sacudió la prenda y la espesura negra se vio súbitamente interrumpida por sucesivas lucecitas que apenas duraron diez o quince chispazos, provenientes de la estática de la prenda. Sonriendo como una niña, pensó: "cuánta energía desperdiciada" y agradeció haber podido disfrutar del pequeño espectáculo.


Energía II

Uriel llegó a su casa silenciosamente. Al entrar, vio a su esposa, a media luz, con los auriculares puestos, de pie, bailando en el medio de la sala de estar. Se movía con la soltura que sólo se alcanza cuando se tiene la seguridad de que nadie está mirando. Los ojos cerrados, la sonrisa natural, pensando vaya uno a saber qué. Uriel la miró unos instantes sin que ella lo notara, admirando su energía y su belleza. Luego se acercó lentamente y la abrazó. Ella se sobresaltó, lo rodeó con sus brazos y sólo por inercia siguió bailando. Él quería ser parte de ese mundo magnífico que su chica había generado, y ella lo estaba incluyendo. Sin embargo, estaba seguro de que ni viviendo juntos, ni abrazados de esa manera era posible: nunca podría entrar en su mente.



Radiohead - There There (The Boney King of Nowhere)
Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=f6ZkWBjgnIY&spfreload=10

domingo, 19 de julio de 2015

Elogio de la muerte

Nito Cantero, con 81 años bien vividos de edad y suficientes éxitos en su carrera teatral y musical, expresó sin ningún escrúpulo ante los medios que para su próximo cumpleaños ordenaría la organización de una fiesta en la que celebridades y expertos de diversas artes y ciencias le rindieran homenaje por su descollante actividad. La periodista que lo estaba entrevistando quedó atónita y, pensando que el señor estaba desvariando a causa de la edad, emitió un titubeo, un corto chiste sutil e inocente, y continuó con la siguiente pregunta.
En realidad Nito estaba en todos sus cabales (o por lo menos, exponiendo sus reales intenciones). Todo el ambiente artístico lo supo cuando recibieron una convocatoria colectiva a homenajear al genio que, sin exagerar, había sido influencia para muchos de ellos. El repudio fue general y, acusándolo de “viejo lunático, egoísta y exigente” (según se pudo leer en la cuenta de Twitter de quien había sido hasta ese momento uno de sus más adeptos seguidores) y otras hipérboles semejantes, se negaron a responder al pedido de Nito.
El genio mantuvo su serenidad y no respondió a las acusaciones, demostrando un temple de acero.
Cuatro meses después, cuando todo el país ya había olvidado el incidente, se informó por todos los medios que Nito Cantero, el ídolo popular, había fallecido a causa de un paro cardio-respiratorio. Las masas no tardaron en manifestar sus condolencias a familiares y amigos. Las redes sociales estallaron en frases lacrimógenas. Ese mismo día se realizaron en diversos puntos del país efusivos actos en recuerdo al preciado actor y cantautor. Se decía que debido al deterioro de su salud su rostro estaba irreconocible. Para salvaguardar el recuerdo de sus fans, el funeral se realizó a cajón cerrado.
Una semana después, los diarios, los programas de televisión y radio volvieron a estallar en relación a Nito, esta vez debido a un escándalo: había sido visto sentado en un célebre bar del centro, tomando un café y escribiendo. A la pregunta de un periodista respondió que estaba trabajando en un ensayo que titularía “Elogio de la muerte”.

domingo, 5 de julio de 2015

Invitado a las 18.54

Leyendo el diario del domingo
ella se interesa en una muestra
acerca del arte y la informática
combinadas, y se intriga
a medida que lee la columna especializada.
Mientras corren sus ojos por las palabras,
también corre por su mente
la idea de visitar la exposición
acompañada de alguien a quien le interese.
Tiene un solo candidato a quien invitar,
pero automáticamente cae en la cuenta
de que hace algun tiempo que ya no hablan
y simulan no interesarse
cada uno por el otro ni por nada relacionado.
Repiensa un invitado, sin embargo,
no logra encontrarlo.
Sigue soñando con estar a su lado
inventando los pasillos que no conoce
de un museo que acaba de googlear
después de leerlo y pronunciarlo mentalmente
(porque su lengua simplemente se trabaría
al darle un sonido a una intención vedada, casi prohibida).
Para colmo queda cerca de la casa
del candidato que no puede invitar
porque no puede interesar,
a pesar de los intentos repetidos
y la vergüenza abandonada.
Mientras piensa todo eso
siguen barriendo sus pupilas las palabras
de la tercer columna del artículo
aunque no llega a entender nada.
Levanta los ojos de pronto,
hacia veinte lineas más arriba
pensando que tal vez con un poco de tiempo
cambien las circunstancias tristes
y pueda proponerle al candidato ese paseo.
"Puede visitarse hasta hoy a las 19",
sentencia el maldito columnista poco previsor,
que se lo viene a decir justo ahora,
cuando faltan seis minutos
para que cierre la exposición.

sábado, 4 de julio de 2015

Un mularak en el pasillo

La consigna era escribir un cuento asignándole un significado a una palabra. A mí me tocó "mularak". Este es el resultado.



- ¡Oh, no! ¡Hay un mularak! Beatriz, vení por favor.
Esas fueron las palabras de Osvaldo al dirigirse al baño un 5 de junio a las 17:25 horas, justo después de beber su té de la tarde luego del trabajo. Su figura enorme, envuelta en gruesos pantalones de jean y un sweater verde, retrocedió y pareció achicarse del susto en el medio del pasillo.
- ¿Qué dijo, señor? ¿Que hay un qué? – respondió la chica que ayudaba con la limpieza de la casa los días martes, jueves y sábados.
- Un mularak. Vení, mirá.
Beatriz se acercó.
- ¡Ay dios mío! – exclamó al ver lo que su patrón señalaba.
- ¿Podrás sacarlo?
- Voy a intentarlo, pero no prometo nada. Mire que es otro precio.
Los tres hijos de Osvaldo y Graciela, de 12, 15 y 17 años ya habían abandonado lo que los ocupaba en ese momento y se habían acercado a descubrir de qué hablaba su padre. Los tres se presentaron con expresión de desconcierto, y luego de ver que era un mularak lo que había generado tanta inquietud, cesaron los murmullos entre ellos.
Graciela, la madre, no había llegado aún. Osvaldo le escribió un mensaje de texto: “Gra, no te asustes cuando llegues. Hay un mularak en el pasillo”. Ella respondió: “Qué es un mularak?”.
Su esposo describió brevemente la figura observando alternativamente la pantalla del teléfono y al ente viscoso que se aferraba a su pared, tratando de encontrar los adjetivos más adecuados para tan arduo trabajo. La respuesta de Graciela fue: “No entiendo. En una hora llego”.
Los cinco presentes observaron de pie durante quince minutos el mularak, barajando hipótesis acerca de su aparición. Estaba adherido al rincón del pasillo, en el recoveco formado por dos paredes y el cielo raso, y tenía el tamaño de una pelota de tenis. Nadie se atrevió a acercarse ni tocarlo con un plumero o una escoba. Estaba justo encima de la puerta del baño, lo cual dificultaba el acceso a su interior por el temor a que se descolgara, emitiera alguna sustancia, se moviera o cualquier otra reacción que pudiera tener.
Cuando Graciela llegó, intrigada, dirigió su vista directamente al pasillo. Soltó un grito al ver el mularak. No podía mirarlo, le daba demasiado asco.
- ¿Por qué no me dijiste que era un mularak? – le dijo a su esposo.
- Te lo dije.
Ella no respondió.
Al día siguiente a primera hora Beatriz llegó para cumplir con su trabajo extra, especialmente preparada con limpiadores y utensilios de los que no disponían habitualmente en la casa. Cuando los chicos llegaron a las tres de la tarde se encontraron con una nota que decía “Hice todo lo posible pero no pude sacar el mularak. Mil disculpas. Nos vemos mañana”.
Con el correr de los días el mularak fue creciendo y la incomodidad en la casa cada vez era mayor. La ubicación del engendro dificultaba la circulación hacia los dormitorios y el cuarto de baño, debido a la aprensión y el asco que les provocaba a todos. Sólo pasaban por el pasillo cuando era estrictamente necesario y lo hacían rápidamente, con sigilo, temiendo la exposición a cualquier peligro.
Graciela permanecía todo lo que podía en la sala de estar o la cocina, mientras que los chicos pasaban las horas en sus dormitorios. Osvaldo alternaba días en que acompañaba a su esposa con otros en los que, imitando a sus hijos, se encerraba en su cuarto, y también mostraba predilección por los largos baños relajantes, que nunca había frecuentado antes de la aparición del mularak que acechaba detrás de la puerta.
Graciela estaba preocupada. Pese a los repetidos intentos de Beatriz (y de Sonia, una colega que había ido a la casa a ayudarla) el mularak no retrocedía. Ya se había extendido hasta abarcar toda la parte superior a las puertas del pasillo, amenazando incluso con ingresar al interior de las habitaciones vecinas. Por esa razón, las puertas eran mantenidas cerradas el mayor tiempo posible. La familia prácticamente no compartía momentos durante las horas que estaban presentes, sino que cada uno se preservaba de los riesgos asociados al misterioso ente aislándose en su rincón predilecto de la casa. El diálogo iba menguando cada vez más. Incluso preferían quedarse más horas en sus trabajos, el colegio o el gimnasio para evitar estar cerca del mularak.
Así fue como Graciela recurrió a una empresa de limpieza y contrató a un equipo de expertos para que exterminen a esa presencia horrenda, sin poder explicarles de qué se trataba (“eme – u – ele – a – erre – a – ka” deletreaba telefónicamente, irritada). Sólo entendieron que se trataba de un mularak cuando ingresaron a la casa, con guantes, botas de goma y barbijos. Aún así, no pudieron resolver el problema que aquejaba a la familia. El próximo paso fue llamar a una fumigadora. Nada. Sin saber a quién más recurrir y llena de escepticismo, fue a dar con un sacerdote exorcista como última opción. Salpicó todos los pisos y las paredes con agua bendita, pero el mularak no pareció inmutarse ni siquiera al cabo de unos días.
El temor y la falta de comunicación reinaban. Graciela, Osvaldo y sus tres hijos ya casi no hablaban entre ellos.
Cuando la madre de familia ya había bajado los brazos, el mularak comenzó a reducirse semana a semana, hasta volver al tamaño de una pelota de tenis y al otro día desaparecer.
La circulación en la casa paulatinamente fue recobrándose, y al cabo de unos meses todo lo ocurrido se había convertido en una anécdota. “¿Recuerdan el mularak del pasillo?” decía Osvaldo algunas tardes, y casi siempre debía explicar con un nivel considerable de detalle a qué se refería para que su familia recordara ese macabro ente.

domingo, 17 de mayo de 2015

A la normalidad

Estoy en el examen de Lógica. Estoy tranquilo. Una segunda oportunidad me fue dada, no me pregunto por qué, lo importante es que esta vez me va a ir bien y no voy a dejar la carrera. No me voy a estancar por esto. Dadas las condiciones, no puedo pedir más, y no debería cuestionarme por qué en un final práctico las consignas requieren respuestas tan largas.
Se me terminó la tinta. Ya no estoy tranquilo. No sé cuánto tiempo falta pero algunos compañeros ya entregaron y otros lo están haciendo ahora. De un aula abarrotada, apenas quedamos cinco alumnos. Uno está al lado mío y no deja de molestarme para que lo ayude con las respuestas. Lo miro. Es Juan José Nelaberti. (¿No se recibió él hace ya 30 años? ¿Cómo puede estar rindiendo una materia de segundo año si es mi jefe y también profesor de tres materias de la carrera?)
¡Estoy haciendo todo mal!
- Discúlpeme señor, estoy un poco mareado, no me lo va a creer pero imaginé que usted era un alumno.
Nelaberti se ríe, burlándose de mí.
- Gunza, no se preocupe. Pero debo considerar una falta de respeto que me haya estado ignorando hace ya una hora, sus compañeros están esperando afuera para ser evaluados también. Usted sabe que este examen no es uno más, y como tal, no es para nada convencional. En la vida los problemas no se presentan como en los libros, tiene que estar preparado para lo imprevisto.
Es ambiguo, ahora no sé si debo preocuparme o no.
- Le pido mil disculpas, estaba muy concentrado en el examen. Usted sabe, es muy importante esta materia para mí.
- No me lloriquee, y responda: ¿cuáles son las causas del dolor de estómago?
Esa no es la pregunta que me había estado haciendo hasta recién, cuando yo pensé que era un compañero que me pedía ayuda. Ni siquiera tiene nada que ver con Lógica. Pero sé la respuesta, mejor no dar más vueltas. Se la digo y me deja en paz, junta unas cartulinas de colores y unos electrocardiogramas que desparramó en la mesa y sale del aula. Puedo seguir tranquilo con el escrito.
Pero intento escribir y me acuerdo que la lapicera se vació. Reviso mi cartuchera y me encuentro con la pluma estilográfica de mi tío Miguel. Conque acá estaba. ¡Qué alegría! Al fin voy a devolvérsela. ¿Cómo no la vi antes si estaba ahí? (¿No la había perdido a los cuatro años en la plaza?) No importa, acá está, puedo usarla para terminar el examen y mi tío se va a poner feliz cuando la vea. Seguro me perdona y me va a dar los caramelos que no me dio por una semana.
Termino el escrito de Historia Social y Política Universal (¿no era Lógica?) y salgo. Quiero ir a mi casa, pero mientras camino hacia la estación una punzada me recuerda que me duelen las encías. Estaba tan nervioso que ni lo sentía. Tengo que hacer algo, no puedo volver a mi casa con este dolor terrible que me llega hasta el estómago. No, empieza en el estómago y se extiende hasta las encías.
 Vuelvo sobre mis pasos, entro a la universidad otra vez. Voy al baño, que ahora está tras la puerta del rectorado. No recuerdo cuándo lo cambiaron, pero las instalaciones sanitarias son las mismas. Lo único que cambiaron son los espejos, que ahora están formados por pequeños casilleros con contraseña. Adelante tengo el mío, y de él saco mi cepillo de dientes y la pasta dental. Me cepillo los dientes con fuerza, reventándome las encías. Sangran abundantemente. Me siento más aliviado, sólo espero que esto no agrave la infección. Siento el gusto a sangre y el espejo me devuelve una imagen de mis dientes teñidos de un rojo furioso. Es sublime. Si tuviera acá una cámara, probaría un autorretrato en este estado. Sería algo horrendo y calificado de morboso para muchos. Pero a mí me gusta. Hasta podría presentar esa foto en la exposición. Sí, tengo que buscar mi cámara lo antes posible. Abro el casillero una vez más, y ahí está la cámara. ¡Ey! ¡Qué bueno! Esto se parece a un sueño lúcido.
Saco la foto. Conforme, abro el casillero espejado por tercera vez, guardo la cámara y saco el enjuague bucal. Basta de jugar al fotógrafo, tengo que limpiarme y desinfectarme. Me hago un buche pero tiene un gusto horrible. Escupo y me vienen arcadas. El dolor del estómago sigue. Vomito. Sangre de nuevo, ahora de mi estómago. Esto no es bueno. Pero el dolor se calmó. Seguro volverá, así que tengo que volver a la clínica lo antes posible. (¿O a casa?)
Miro el reloj, son las 10 de la noche. Me quedo mirándolo y sonriendo. Qué lindo es el reloj que me regaló Griselda para nuestro aniversario. Después de unos meses de esa fecha cortamos. Hacía mucho que no lo usaba. ¿No me lo habían robado? Eso es lo que decía Griselda ("¡te robaron el reloj!", casi que puedo escucharla en mi memoria, ella no intentaría confundirme), pero acá lo tengo. Pará. Si estuviera peleado con ella no lo llevaría puesto. ¿Qué estoy diciendo? Ella me está esperando en casa. Menos mal que volvió todo a la normalidad. Debo haber sufrido un episodio de confusión. Por eso no lo entendía a Nelaberti. Abro la puerta del baño y allí está ella, parada al lado de la cama, donde estoy acostado. Si permanezco de pie al lado de la puerta puedo verme a mí mismo y a toda la escena como un espectador. El papel de la pared se está saliendo.
- Está bien así. ¿Para qué vamos a cambiarlo, si tenés el reloj?
- Tenés razón, Gri. Y no sabés lo que encontré. ¡La lapicera de mi tío Miguel! ¡Al fin se la voy a devolver!
- ¡Eso es genial!
 Griselda no sabe la historia, pero parece realmente feliz. Corre hasta donde estoy observando, porque en la cama no estoy yo, sólo está nuestro perro, y me abraza. Siento su calor, y en ese momento de pronto estoy de nuevo en la cama, en el lugar del perro, y desde allí nos observo abrazados junto a la puerta.
Vuelve el dolor.

- El tío Miguel está muerto, Octavio -me dice mi papá, parado al lado de la cama, donde hacía un instante había visto a mi novia, pero desde otro ángulo, ese donde ahora solamente puedo ver una camilla y un armario blanco.
- ¿Qué?
- Murió cuando tenías siete, estás delirando. Tenés mala cara, ¿querés vomitar?

 El que tiene mala cara es él, yo recién me vi desde el otro lado y parezco estar sano, aunque me sigue doliendo todo. Me acerca un recipiente que no llego a ver, tal vez es una palangana o algo que le dieron en la clínica. Apenas la llego a ver, porque los ojos se me cierran y vomito. Qué clínica de mierda, no son capaces de cambiar el papel despegado de la pared. No siento el peso del reloj en la muñeca. Me lo robaron, Griselda tenía razón. El dolor no se pasa. Abro los ojos y veo sangre en las sábanas. Estoy en las últimas, me acabo de acordar. Griselda no está acá porque nos peleamos hace un año. En el final de Lógica me saqué un dos hace tres años y no vale la pena que vuelva a intentarlo. No cazo una. Además, por la cara que tiene mi papá, seguro que hoy me voy a morir.

jueves, 19 de marzo de 2015

Blanca

3 de febrero de 2010

"Vos te hacés el malo, pero todos somos héroes y antihéroes al mismo tiempo" me dijo ella. Estaba equivocada. Yo no soy héroe de nadie, no puedo hacer nada bueno por nadie y la verdad tampoco me interesa. No le debo nada a nadie. Nadie hizo nada por mí. Salvo ella. Es la única que ve algo bueno en mí (todavía no sé bien qué) pero seguro que se equivoca. Proyecta en mí cosas suyas. De ella sí puede decirse que es heroína y villana. Puede ser ella misma, o yo, o sus hermanos o el viejo del estacionamiento o el perro tirado en la esquina. Su superpoder es la empatía. A todos los entiende y se pone en su lugar. Ella siente por sí misma y por todos los seres a su alrededor. Menudo espíritu el de Bianca.
La conocí cuando estaba en el peor momento de mi adicción. La vi tan sana (en el sentido más ortodoxo de la palabra) y tan llena de vida, que pensé que mi apariencia haría que frunciera el ceño y se alejara pensando que yo era un bandido. De hecho, en cierta forma lo era. Bah, no sé cuál es el significado ortodoxo de bandido. En lugar de alejarse de mí, Bianca se acercó, deseando saber qué pasaba en mi cabeza. Creo que hoy está convencida de que lo sabe, aunque en verdad no me conoce ni un poco. Ella se conoce a sí misma a través de mí y de todos alrededor. Capaz cree que sentimos como ella se sentiría en nuestro lugar. Media tonta Bianca. Quiere ser abierta de mente pero nos cierra a todos en sus parámetros.
Igual me cayó bien desde el principio, eh. No tengo nada que reprocharle. Bah, qué sé yo. Bianca no cae ni bien ni mal. No tiene carácter definido. Me atrajo, digamos, por eso mismo. Muchos amigos míos no la quieren, hablan de más. Dicen que es hipócrita. Yo conozco mucha gente hipócrita, pero ella no lo es. El hipócrita dice una cosa y piensa otra. Muestra ser alguien y es otro. Bianca piensa todo lo que dice y es todos a la vez.
Pienso que Bianca es como un papel en blanco. Le hace honor a su nombre. Se va escribiendo con todo lo que ve. Pero no sabe quién es todavía. Y está bien. Nos emula a todos y analiza. Tiene tiempo para decidir quién quiere ser. Por lo menos rescata lo bueno de cada uno. Si no, no me buscaría para charlar cuando pasa por mi cuadra. Yo elegí mal y no hay vuelta atrás. Por eso siempre le digo que no se apure, que pruebe todo y no se empache con nada. Ella se ríe cuando le digo así. Y es raro que se ría. Capaz lo hace cuando no entiende lo que le dicen. Son pocas esas veces.


15 de agosto de 2012

Volví a ver a Bianca. Estaba cambiada. Creo que no me hizo caso, se apuró y eligió. Ahora ríe más que antes. No entendió una palabra de lo que estuvimos hablando. Era ella misma, me pareció. Se la veía más feliz. Incluso su cara no perdió la alegría cuando dejé entrever entre mis palabras que estaba teniendo una recaída. Hace un tiempo se hubiese preocupado.

Que no suene como un reclamo, no le reprocho nada. Además, si hay algo en lo que la sigo defendiendo es que no tiene ni una pizca de hipocresía.