martes, 28 de enero de 2014

El Señor Preciso

Catapulta es un pueblo plagado de historias. Como en toda comunidad basada en los prejuicios y los chismorreos, allí las narraciones pasan por el boca a boca, mezclando a personas reales con características y hechos ficticios, y a vecinos anónimos con hechos terribles acontecidos.

Algo pintoresco cubre tales historias, y sus personajes, que generalmente ya no viven allí porque han fallecido o migrado a otro lugar (preferentemente más poblado y con habitantes menos entrometidos), terminan cubiertos por un aire célebre y hasta legendario, del cual muchas veces ellos mismos no son conscientes. Porque eso sí, Catapulta es un pueblo prejuicioso y chismoso, pero discreto.

Entre las historias de los que ya no viven, destaca la del llamado Señor Preciso. Era un relojero, y creía que tal apodo le había sido concedido por su oficio, pero en realidad provenía de una historia relacionada con su aparente antipatía y las razones de tal rasgo.
Se trataba de un hombre de pocas palabras. Se limitaba a decir "buenos días" a sus clientes, escucharlos, decirles qué arreglo necesitaban sus relojes, darles un presupuesto y despedirlos con otro "buenos días". Los clientes más charlatanes no entendían tal comportamiento, por qué tan poca conversación, por qué no decía algo más que eso, y algunos empezaron a barajar hipótesis cuya veracidad nunca sería corroborada, y a hacerlas circular. De esta forma, se creó una historia que fue incorporando modificaciones y matices que originaron una serie de versiones.

A Adolfo Mollet le contó la historia un panadero que se jactaba tácitamente de su incesante parloteo con todo aquel que cruzara el umbral de la puerta de su negocio.

La versión que éste comunicaba era la siguiente. Resulta que el Señor Preciso, cuyo nombre real era Gaspar Armelio, era un aficionado de la precisión. Esa obsesión poco común, cuyo detonante nadie se atrevería a afirmar cuál fue, lo llevaba a buscar la perfección en el acto comunicativo del hablar. En un comienzo tal obsesión se manifestaba en un simple detallismo en las cuestiones que modificaban al hecho, persona o situación que estaba describiendo. Por ejemplo, si narraba un accidente ocurrido en la vía pública, explicaba dónde había sido, quiénes estaban allí, la causa, el día y el horario, y añadía detalles que él consideraba muy relevantes porque creía que ayudaban a comprender la situación. Por supuesto, siempre eran elementos completamente verdaderos.

Con el tiempo esta actitud fue volviéndose cada vez más frecuente y perfeccionada. Así se refería a toda información adicional que pudiera añadir. Siguiendo con el accidente como ejemplo, a la explicación del mismo le añadía datos como nombres de los involucrados y sus familiares, razones por las que circulaban por la vía pública, lo cual incluía los lugares de trabajo o vivienda de los mismos, cuestiones relacionadas con las características de las calles y el asfalto, situaciones anteriores similares y todo otro detalle del cual estuviese completamente convencido de su veracidad en el caso. Tal comportamiento era cada vez más pesado, "por la carga de información, no por su carácter, no me malinterprete, yo lo respetaba muchísimo al Señor Preciso" decía el panadero en el medio de su exposición, que ya iba por los 5 minutos, 16 segundos. Efectivamente, el relojero aplicaba tal descriptivismo a todo lo que decía. Una mínima referencia a un hecho cualquiera le tomaba como mínimo treinta minutos de explicación. "Figúrese esa situación para cada cliente que entraba". Y eso, objetivamente, cansa a cualquiera.

El hombre generaba mucho respeto y se decía que era de mal temperamento, por eso nadie se atrevía a detenerlo en medio de sus desarrollos. Esto contribuyó a que el Preciso continuara con la cotidiana presentación de sus informes, convencido de la calidad de los mismos. Pero esa actitud era un vicio que se alimentaba a sí mismo, y con el pasar de los años las narraciones eran cada vez más extensas. El sujeto se remontaba a cuestiones que para cualquier otra persona carecían de relevancia en relación a lo que inicialmente se había propuesto decir. "Una vez se entusiasmó tanto hablando de la nueva vecina, que se remontó a la evolución del hombre para explicar la costumbre de dejar la canilla abierta mientras se cepillaba los dientes; por supuesto que no me lo dijo a mí, pero me lo han contado, sí", le dijo el panadero a Adolfo. "No me sorprendería que haya llegado a hablar del origen del Universo en una de esas".

Lo que también agravaba la situación era que el hombre era un gran aficionado a la lectura y día a día adquiría nuevos saberes de todas las ramas del conocimiento, lo cual enriquecía aún más su mensaje. Si su interlocutor le prestaba atención, salía de la relojería cultivado con más conocimientos que los que pudiera recibir en una clase de cinco horas de Historia Universal o Física Cuántica. Posiblemente también dispondría de mucho menos tiempo para hacer las tareas restantes del día. Un importante editor un día llegó a la relojería y quedó tan fascinado con el afán descriptivo del Señor Preciso, que le ofreció trabajo como colaborador para escribir una enciclopedia. Preciso no se sintió atraído por tal idea y rechazó la oferta.

Hay dos versiones principales del final de la historia.

Una es que el hombre se dio cuenta de la gravedad y la exageración de su precisión informativa cuando revisó sus cuentas y descubrió que sus ingresos habían disminuido. Era el único relojero de todo Catapulta, así que la competencia no era una explicación posible. Las largas filas que se formaban en la puerta de la tienda habían desanimado de tal forma a sus clientes, que ya nadie entraba allí. Hacer una consulta al relojero implicaba perder dos o tres horas. El cuidado que los habitantes del pueblo le daban a sus relojes había ido en aumento, todo sea por evitar tal trastorno.

La otra versión establecía que tras un fuerte golpe en la cabeza, Preciso había perdido gran parte de su memoria. Sus conocimientos ya no existían y lo poco que sabía eran hechos muy difusos. Y su precisión, que había permanecido tan intacta como su habilidad con los relojes, le impedía hablar sin estar seguro de lo que decía.

Se considere una versión o la otra, el resultado había sido el mismo: el Señor Preciso dejó de dar largas exposiciones de sus saberes, y como no podía hacerlo de otro modo porque no le gustaba "hablar por hablar", simplemente se limitó a partir de ese momento a abrir la boca lo mínimo e imprescindible, lo cual es también una forma de precisión.

viernes, 3 de enero de 2014

Derecho a lectura

Mientras la computadora hacía su trabajo aplicando filtros sobre incontables archivos, la mujer se puso unos enormes lentes de marco rojo, revisó la lista de precios y dijo:

- Bueno, le explico cómo trabajo. Deberá pagarme por adelantado el 50% del precio del producto más caro que sea arrojado por la búsqueda.

- ¿Cómo? ¿Sin verlo antes?

- Sí, así es. Verlo es parte del consumo, ¿comprende?

- Pero si no me llevo ninguna me devuelve lo que le pagué...

- No, no. El adelanto es un derecho a lectura que debe pagar independientemente de su decisión final.

- Pero eso es un robo. No puede cobrarme por algo que no me entrega.

- En cierta forma sí es una entrega, imagínese que yo a usted no lo conozco, no sé cuánta memoria visual tiene y tengo que cubrirme por cualquier acto malintencionado de su parte. Recuerde que estas obras son exclusivas y requieren un gran esfuerzo para su elaboración. La creatividad no crece en los árboles.

- Eso lo comprendo, señorita, yo soy músico. Pero aun así, considero que disfrutar del arte es algo libre, o ¿acaso cuando toco en mi casa o en la calle debería cobrarle a cada persona que me escucha un importe fijo por eventuales robos?

- Esas son las reglas -remarcó la mujer señalando con la lapicera un gran cartel que rezaba sobre su cabeza la forma de cálculo de los importes de los derechos a lectura y a prueba.

- Muy bien, acepto. No tengo opción, hoy por hoy. Pero no estoy de acuerdo.
El músico sacó de su bolsillo la billetera y pagó el monto que la autora le indicó.

- ¿Qué es el derecho a prueba? –preguntó mientras entregaba los billetes, observando el cartel.

- Es el importe a pagar si decide, una vez leído el producto, probarlo cantándolo, con o sin música.

- ¡¿Pero para eso no le acabo de pagar?!

- No, señor. Usted me pagó el derecho a lectura, no a prueba.

- ¿Y ese derecho qué sentido tiene?

- Bueno, yo no tengo por qué darle explicaciones sobre mi negocio, pero se las daré para que no piense que soy una ladrona. Usted sabrá, como músico que es, que la memoria auditiva es muy particular, y combinada con la visual permite recordar palabras y sonidos con potenciado efecto.

- Entonces también es por lo mismo, por el temor a que le robemos. ¡Hay que ser desconfiado, eh!

- Sí, puede que usted esté en lo cierto.

- Desde ese punto de vista, yo podría cobrarle a usted el derecho a escuchar mi versión de su canción. ¿Qué le parece?

- Si no se siente cómodo probando el tema en mi presencia, puede dejar aquí su teléfono y todo otro aparato grabador o transmisor de información que posea, e ingresar a uno de los probadores aislados.

- Así que usted tiene todo calculado. ¿Y qué pasa si yo temo que usted me robe mis pertenencias?

- Lockers. Lo que ve aquí, detrás de mí, son lockers con llave.

- Bueno, a ver. ¿Qué tiene para ofrecerme?

La autora se levantó de su silla, se dirigió hacia la impresora y retiró unas hojas tibias.

- Estas diez poseen las palabras clave.

El músico las tomó y miró sin saber por dónde empezar.

-Puede tomar asiento.

- Los caminantes en los sende...

-En silencio, por favor. Si no, se considera prueba.

Después de unos minutos, el músico levantó la vista y sentenció:

- No me gustan. ¿Puedo cambiar las palabras clave?

- Cómo no. Dígame.

- "Soledad", "camino", "destino".

- A ver... el derecho de lectura es de 3500 pesos.

- ¿¡COMO!?

- Le explico, las palabras que eligió son muy recurrentes en la poesía y existe un gran número de artículos que las contienen. Los precios fluctúan desde los 500 hasta los 7000 pesos, y corresponde por el derecho de lectura el 50% del más caro.

- Pero yo no puedo pagar eso.

- ¿Quiere hacer otra búsqueda?

- No, me voy a escribir mis propias canciones.