viernes, 22 de marzo de 2013

Enredadera


Una mentira indefensa
que no merecía estar en tu boca
llenó el aire para alejarte por siempre.
Y entre los cabellos enredados
de la que vive y cada día muere
se esconden las cenizas
de lo que pudo haber sido.

El bufón de lo irreal
se vistió con tu cuerpo y rió
creyendo ser una gran sensación
pero sólo basura trajo.
Sembrando ocasos de tus luces.
Permaneciendo descalzo.
Amaneciendo sin daños.

Quién sos, quién fue,
el tiempo se los lleva.
El viento levanta todas las penas
como las migas en la vereda
arrojadas lejos de las bocas hambrientas.
Los picos, las alas
ya no dejarán huellas.

Caos, delirio, traición.
Huracanes de tragicomedia
abrazan tus tobillos, enredaderas,
hilvanando causas que no prescribirán.
Tus ojos no ven dónde pisan tus pies
y cuanto más te alejes más tironearán
los pasados pendientes que dejás atrás.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Nuca


Falta el aire y las incertidumbres buscan sintetizarse en la nuca de tu remera. Todo se vuelve a reducir a uno, listo para explotar en un efecto dominó de fisión nuclear. Se desencadenará mañana o tal vez dentro de dos años.
Abro la ventana.
El vaso del tiempo se vacía una vez más, anunciando nuevos ciclos de altibajos. Me debato entre la urgencia del vaso vacío y la paciente espera a  que se llene por sí mismo (es claro que no hay nada que hacer).
Tal vez mañana la nuca de tu remera deje de ser importante. El problema es cuantificar la extensión de esta noche, hasta que el sueño evapore las últimas gotas y disipe los pensamientos.
Si simultáneamente la bomba explota, el vaso se llena y la mañana llega, voy a dejar de ser yo. Seré alguien más. Mañana o dentro de dos años.

jueves, 7 de marzo de 2013

Ciudad – Contaminación


Millones de luces de colores cubren mi campo visual, algunas quietas, otras parpadeantes, pero todas exigiendo igual atención. Mis ojos se posan en unas y otras, no pueden detenerse, beberlas a todas, aunque cada tanto se sumergen en un grupo de ellas y así permanecen horas que parecen minutos.
Hay palabras por todos lados: en mis ojos y mis oídos. Voces y gritos exigen no sólo atención, sino también respuestas.
Mis sentidos están saturados, impregnados de alrededor.
Hay mucho tránsito, gente que va y que viene, que aparece y desaparece, que grita cosas con o sin destinatarios.
Y yo atenta a todo.
Hay mucho tránsito de cosas, paquetes que van de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, arrastrados; de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo, movidos por grúas.
Y yo atenta a todo.
Hay música que viene de todos lados. Se corta una melodía y comienza otra. Se superponen y se interrumpen por sonidos que, antes registrados, se refieren a mensajes o hechos repetitivos y constantes.
Y yo soy como un perro de Pavlov que escucha cincuenta campanas. Atenta a todo.
Carteles, mensajes, imágenes, gestos, sonidos, comunicación a raudales, todos dirigiéndose a mí en esta ciudad.
Lo que percibo, lo que reflexiono y lo que recuerdo se entremezclan y forman una masa pegajosa y amorfa entre mis neuronas.
Estoy como atada, hasta que digo basta y me suelto.
Vuelvo a mi mundo, llego a mi cuarto, aterrizo en mi cama. Todo mi cuerpo sigue alterado por semejante exposición al caos.
Las imágenes emergen, perduran, palpitan, dentro de mi cabeza y a escasos milímetros de mis ojos, que todavía redescubren como en mareo las parpadeantes imágenes del infierno de luces y colores retenidas en la memoria, que como un gran afiche se desenrosca y cubre toda la negra mesa de mis párpados cerrados. Son marionetas que siguen moviéndose cuando ya ha caído el telón. Y las puertas están cerradas, no hay forma de levantarse siquiera de la butaca, a la vez que innumerables voces, que son todas mi voz interior, hablan al unísono, más cerca y más lejos. Se atropellan y se ubican unas encima de las otras, las palabras que representan a las ajenas, a las que son propias; a las dichas, a las pensadas; a las pasadas, a las futuras; a las frustradas, a las planeadas; a las inútiles, a las imposibles; a las cantadas, gritadas, murmuradas, recitadas, susurradas y calladas.
Mi cuerpo se relaja voluntariamente, pero no logro callar a la mente, que, como si fuese la cabeza colocada en el muñeco equivocado, añora estar en otro lugar, masoquista del circo de la contaminación. Tengo el cerebro atado a lo que dejé, y sólo repite como un eco amplificándose en lugar de menguar, todo lo visto, todo lo oído, todo lo hablado y todo lo pensado.
No puedo dormir. Hay dos caminos: explotar o canalizar. Pero la explosión no llegará nunca, será una agonía inacabable que nunca alcanzará a la muerte.
Así que se desencadena una lucha cuerpo contra mente, en la que el primero busca relajar sus músculos, aflojar la tensión, mientras la segunda se agita y golpea las paredes del cráneo. Las manos son neutrales, seguirían trabajando por inercia. La elección es canalizar. La mente ganó, arrastra al cuerpo hasta una silla, obliga a las manos a la búsqueda de la lapicera y los papeles, y a su depósito en la mesa, y vomita todo su contenido en un texto, para liberarse de la ebriedad que le generaron las millones de luces de la pantalla de la computadora y los sonidos como martillos de los auriculares.
La ciudad, la contaminación, virtuales.

martes, 5 de marzo de 2013

Sueño


Despertó.
Y nada de eso había pasado.
Su corazón respiraba aliviado.
Su mente y su cuerpo estaban sanos.
Y volvió a despertar.

domingo, 3 de marzo de 2013

Gris


Sólo te das cuenta
que tanto fue demasiado
cuando la lluvia no te moja
pese a que marca tus zapatos.

Te das cuenta de que eras una mentira
tratando de mendigar un retazo
de la valentía nunca tenida
mientras seguías pasando los años.

La suerte se inunda
de pobres promesas rotas.
Sólo eras lo que nunca fuiste
para los espectadores de tu historia.

Mueren en tormentas de ideas
y torbellinos de desesperación
tus agonizantes pensamientos.
Flota el cadáver de la decepción.

Dejaste de existir al instante
en que tus bandas honoríficas cayeron
dejando un lamparón de idolatría
en el lugar donde estuvieron.

La sala está desierta.
Se apagaron las luces del espejo.
Sólo queda una lápida vacía
bajo la que yacen tus huesos.