lunes, 22 de diciembre de 2014

Portazos

Tu pasado parece
aún abierto de par en par
ante mis ojos abre-puertas
y mis brazos que se cierran.
Fui yo quien dio el portazo,
imprevisible y figurado,
porque sin siquiera mostrarte mis párpados,
enrojecidos e hinchados,
mis ojos secos y vapuleados
de tanto píxel entremezclado,
te hice a un lado de mis planes
y ambos nos convertimos en pasado.
Vos, para mis recuerdos pintorescos.
Yo, como plazo de tu introspección.
Tal vez póstumo a mi portazo,
siguió el tuyo,
dejando atrás tu presente,
poniendo punto perentorio a tu pasado,
y dirigiéndote hacia otro lado,
mientras las paredes, los pisos, las palabras,
de tu pasado siguen apareciendo
y cada tanto termino paseando
por los mismos pasillos pisoteados,
paupérrimos, muertos, desamparados,
pero todavía abiertos de par en par
ante mis ojos abre-puertas
y mis brazos tan cerrados.
Les doy vida con mis pasos,
para entender también mi pasado,
mis decisiones, el amor aplacado.
Ni paralelas ni perpendiculares,
hoy somos líneas en distintos planos.

viernes, 31 de octubre de 2014

Infinito porvenir

Mirada dramática,
mirada piraña.
Tiñe todo de rojo.
Son nuestros miedos hechos sangre,
ilusiones putrefactas que deben morir.
Mirada dramática,
dame tu calma,
que vuelva a renacer.
Como ciclo natural,
inviernos y veranos,
esplendor y añoranza.
Son sólo medidas los años.
El ritmo cardíaco
también es una marca.
La caída del cabello,
las cáscaras secas de naranja,
los olores que mutan,
los trinos que callan,
las temporadas bajo el caparazón,
el techo, el cobijo,
o el frío de la calle.
Las baterías que se acaban,
los cilindros de tinta vacíos,
el agua que hierve y se enfría.
Varios millones de ciclos,
que se cruzan en las vidas,
individuales y entremezcladas,
conscientes e inconscientes,
estados alternados cíclicamente.
Alfa, omega, infinito mediante.
Omega, alfa, a un milímetro de distancia.
Deja morir, deja vivir,
el infinito porvenir
tomando decisiones de todas las cosas
al consejo siempre atento,
a un milímetro de distancia.
Consejo de todas las cosas,
que viven y mueren,
conscientes e inconscientes,
despiertas y dormidas,
tomando decisiones
bajo la mirada cercana
a un milímetro de distancia
del infinito porvenir.
Analíticas pirañas.
Dramáticas pirañas.
Trágicas pirañas.
Cíclicas pirañas.

lunes, 20 de octubre de 2014

El día que la ciudad cambió

Dicen que un día, en alguna ciudad cuyo nombre nadie pronuncia, ocurrió algo muy singular.
Parece ser que algo en los cerebros de sus habitantes mutó como por arte de magia y sus percepciones de la realidad se transformaron profundamente. Aunque también hay otra teoría que expresa que sus sentidos no fueron alterados, sino que lo que cambió fue el comportamiento del entorno. Tómese una interpretación u otra, lo que verdaderamente ocurrió fue que a partir de ese día tan extraño, sin previo aviso, como cada día sigue consecutivamente al anterior, ellos vieron cosas que nunca antes habían visto.
Se cuenta que las imágenes que emitían los televisores literalmente salieron de los mismos y se arremolinaron en las habitaciones, las salas de estar y los comedores. Los personajes de las telenovelas fueron vistos amándose y odiándose dentro de las casas. Las imágenes estampadas en dos dimensiones en los envases de los alimentos se volvieron corpóreas y permitieron a los consumidores saborearlas, para descubrir que en nada se parecía ese exquisito sabor por el que habían pagado, al mediocre gusto de las porciones reales que contenían las latas y los paquetes.
Los hechos anunciados por los noticieros no se volvieron más o menos reales, pero por primera vez estremecieron a la audiencia, renovada en su capacidad de percepción y sorpresa.
Las películas de acción, las imágenes de violencia, salieron de sus dispositivos y golpearon a quienes encontraron cerca. Mientras tanto, los signos de paz, las rudimentarias y convencionales representaciones gráficas del corazón humano y otros símbolos diversos saltaron de las paredes, de las telas, de los papeles y las pantallas para entrometerse en los cerebros de los hombres. No se quedaron atrás las ideologías que en forma de slogans habían estado asumiendo desde hacía algún tiempo un rol publicitario. Por igual marcas e ideologías, alineadas en diferentes filas, marcharon por las calles, aturdiendo a los peatones que, malacostumbrados a recibir indicaciones y a cumplir órdenes, no supieron qué debían hacer.
Dicen que la ciudad fue un caos. Nadie sabía cómo calmar semejante avalancha de ideas avasallantes. Se sintieron desprotegidos, conflictuados, débiles, incapaces de asumir un rol. Pero se cuenta que algunos habitantes mantuvieron la serenidad ante las imágenes que se desarrollaban ante sus ojos, y aunque fueron considerados locos, no se inmutaron.
Lo cuentan emocionados, los niños ríen y los adultos se asustan. Todos parecen coincidir en que no es más que una leyenda.
Cuento integrante de la antología Desnudos sobre el Papel, compilada por Carla Demark.
Publicado a través de ROI, proyecto de Editorial Dunken.

domingo, 5 de octubre de 2014

Ridículo

Llegar hasta tu nacimiento
para volver a este plano,
rastreando tus huellas,
comparándolas con las mías.
Tal vez en una de esas
vayamos hacia el mismo lugar.
O coincidamos en otra vida,
otro disfraz dentro de esta misma,
por una casualidad distinta
a la que esta noche me trajo a conocerte.
O tal vez, ¿quien sabe?
me anime a jugarme
todas estas letras en un saludo
y todas las otras vidas en este instante,
ridiculizándome en un gesto terrenal
que no llega a tus talones de cielo.
Dicen que del ridículo no se vuelve.
Pero del amor creo que tampoco.

viernes, 29 de agosto de 2014

Unidad 7

Sin dormir
(y no por gusto).
Con anocheceres
y figuras surreales
bajo los párpados
danzando y burlándose,
cada vez más seguido
delante del telón negro,
que tapa la realidad
que se muestra cuando ves
con los ojos abiertos.

Párpados atados,
fijos, trabados,
como una puerta con tope
para que sigas,
y te cuestiones,
y desesperes,
y duelan las articulaciones.

Nunca el cielo se vio tan lejano
ni el alma la sentí tan pegada al suelo.
Las alas atrofiadas,
la boca llena de miedos
y la mente colapsada.
Subasté mi calma
al peor postor.

martes, 29 de julio de 2014

El desconfiado

No me malinterpreten. No soy un incompetente. Mi jefe es muy detallista. No se le escapa una. Y no quiero parecer arrogante, ¡pero les aseguro que tanto no me equivoco! Él siempre encuentra el 0,1% que está mal. Y para él eso es relevante, lo cual, en realidad, a sus ojos me convierte en un incompetente.
Voy al grano: todo el tiempo tengo que descubrir si estoy haciendo algo mal antes de que mi jefe lo haga. Parece una tontería, pero es estresante cuando se vuelve una forma de vida.
Así es como me estoy convirtiendo en un ser hipercrítico, disconforme, pesimista, desagradecido y con autoestima baja. De lo que no hay duda es que así logré corregir muchos errores a tiempo.
Desarrollé el hábito de desconfiar, y me está haciendo mal. Pongo todo en tela de juicio, con la excusa del desarrollo de mi sentido crítico, y evitando que alguien me diga que estoy haciendo las cosas mal antes de descubrirlo yo.
Desconfío hasta de mi desconfianza. ¿Y si en realidad lo que borré o modifiqué estaba bien? Tal vez el error no era tal, sino que equivocación fue creer que lo era. Vivo en la incertidumbre.
La magnitud de los cuestionamientos es variable. Ya les dije, se volvió una forma de vida. Si veo un gato de cuatro patas, ya me pongo a pensar si no tendrá una quinta. Ahí no está mi jefe para controlar si vi cuatro o cinco patas. Lo digo en sentido figurado, pero ¿entienden a lo que voy? ¡Necesito estar seguro de mis afirmaciones!
Descubrí muchísimas cosas que funcionan mal o tienen errores en los muebles y artefactos de mi casa, faltas de ortografía en los diarios, mala calidad de los productos que consumo, falencias en los argumentos de mis amigos, falta de criterio en muchas conversaciones. Cumplo mi deber arreglando lo que no funciona, quejándome por la mala calidad, corrigiendo los errores ajenos.

Tal vez debería dejar de trabajar para mi jefe. Pero bueno… uno tampoco puede cuestionarse todo en la vida.

viernes, 25 de julio de 2014

The rest

The way he kissed my fingers while I was travelling through his face.
The coincidence between a film and the reality.
Everything else, and you.
I can't believe I am thinking
so much about you.
I can't believe I am not resting
while I think about your voice.
And everything I loved and hated about you.
And, of course, you too.

lunes, 21 de julio de 2014

Lo accesorio

Veo banderas pasar.
La euforia, la adrenalina,
pero por más que lo intento
no siento empatía.
Veo el mundo bailar.
Bailo también, ¿qué más da?
Tal vez el pulso mande una señal
a los nervios debilitados
de tanto pronosticar,
dudar, especular,
y al final improvisar
porque no hay otra manera.
Si lo pensás todos los ensayos
son prácticas de la realidad.
Y como dirían algunos amigos,
"esto no es así en el mundo real".
La expectativa no se compara
con lo poco que consigo.
Es más fácil ser un héroe
de ojos cerrados y músculos dormidos
ajeno de todo ser humano
que debería según el guión salvar.
Lo accesorio sigue a lo principal;
tal vez sea verdad
que el amor es lo fundamental
y todo lo demás
que lleguemos a necesitar
por añadidura vendrá.

domingo, 16 de marzo de 2014

El ritual

Conozco esos rituales tuyos. Te vi poniéndolos en práctica. Sé que algunas cosas en tu vida cambiaron estos últimos ocho meses, pero podría jurar que seguís rindiéndole culto a esa manía tan extraña.
Me estremece un poco recordar la puntualidad con la que el primer jueves de cada mes, a eso de las nueve de la noche, sin decir una palabra, comenzabas a armar la escena para tus ritos. Nunca me diste una explicación (ni yo te la pedí) acerca de esa periodicidad fijada en tu calendario mental. Y digo “mental” porque no figura en tu agenda. Es un acto tan espontáneo, parece tan íntimo y hasta involuntario, que ni vos misma te atreverías a admitir la regularidad de tus prácticas.
Son ejercicios que se desprenden de tus movimientos, como provenientes de tu esencia meditabunda; tan poco ensayados pero a la vez tan metódicos, que no termino de entender qué clase de demonio te posee en ese momento. Ni quién te los enseñó, ni qué buscás haciéndolos.
Primero cerrás la puerta de atrás. Le echás el cerrojo. Acto seguido vas adelante y te asegurás que la llave haya agotado sus vueltas. Cerrás las ventanas, corrés las cortinas. Elegís un rincón del comedor, o te vas a la habitación, y apagás todas las luces, menos una. Siempre dejás encendida esa lámpara que proyecta luz amarilla, o encendés una vela. Pero he observado que es de gran importancia la ubicación y el recorrido de esa luz. Porque ésta siempre llega al rincón donde te encontrás, pero no sin antes trazar en el camino largas sombras, que te alcanzan y se extienden recortando tu figura sobre el fondo sepia. Parece una paradoja, utilizás la luz para crear tus propias tinieblas.
Desde que te ubicás en tu rincón, como un animalito que encuentra el ambiente más agradable para su cuerpo, tu boca se sella, tu mirada se esconde y tus extremidades se buscan unas a otras. Ese era el momento exacto en el que yo pasaba a ser sólo un muñeco ajeno a tu realidad, incapaz de alterar tu estado o de llamar tu atención.
Tu soledad se vuelve sorda e inquebrantable. Sólo algunos pocos objetos (un teléfono, unos auriculares, la cámara, algún álbum de fotos, la caja de cigarrillos que renovás cada cuatro meses, un encendedor) tienen el privilegio de formar parte de tu sacramento, en conjunto o turnándose, en una relación parasitaria, en la que no estoy seguro si vos los consumís a ellos, o ellos te consumen a vos.
Sé que ponés música lenta y triste. Fumás un cigarrillo. En un lapso de treinta o cuarenta minutos el flash apenas relampaguea dos o tres veces. Te vi acariciar con suavidad los botones, mirando con total tranquilidad lo que la lente te muestra. Fumás otro cigarrillo. Quieta, muy quieta, apenas respirás. Parecés una muñeca de cera cobrando vida. O devolviéndola a quien sea que te la haya dado.
Cada tanto tus piernas se mueven, incómodas. Exhalás ruidosamente. O apartás la cámara. Parece que tu santo te devolvió la vida, o que volvés a la realidad. Y puede que sea eso, porque ahí es cuando brotan las primeras lágrimas.
La duración del acto no es fija. Oscila entre los noventa minutos y las cinco horas. Después te dormís.
Lo más macabro es lo que no se ve desde cierta distancia, y que sólo pude descifrar tras años de observación: lo que ocurre en tu mente durante ese lapso. Hacés un recuento de tus decepciones, recorrés la galería de tus recuerdos más tristes, enviás mensajes a personas que de antemano sabés que no te van a contestar, escuchás las canciones que convertiste en himnos de tu nostalgia por remitirte a épocas que no volverán o sucesos dolorosos, mirás tus cicatrices, fotografiás tu dolor.
Sé que hoy soy yo parte de tu ritual, y que esta canción seguramente está sonando en tus oídos. Porque es el primer jueves de enero, y hace ocho meses que te dejé.

La adicción por la tristeza es una enfermedad infecciosa. Nunca supe quién te la contagió, pero no pude dedicar más tiempo a intentar averiguarlo, corriendo el riesgo de contagiarme yo también.

El hogar de este cuento: "Gotas de primavera", compilado por Roberto Barletta. http://dunken.com.ar/web2/libreria_detalle.php?id=12439

martes, 11 de marzo de 2014

Silencios

Hay días que merecen sus silencios.
Son la forma de escuchar las señales.
Aunque te rías trato de interpretar todo,
los sueños, los números, el horóscopo,
tus palabras, las ausencias y mis dolores
(cosas por las que normalmente no me intereso
salvo que necesite una guía).
Tendrías que sentarte en mi cama,
en el lugar donde se posan los fantasmas
y me hablan en mis sueños.
Ellos vienen a pedir disculpas.
Me sonríen o me lloran,
me cuentan sus vidas,
hacen de cuenta que no pasó nada,
rellenan los silencios con sus palabras,
me hablan de cualquier cosa,
pero siempre a mí.
Me dedican un par de horas
mirándome a los ojos.
Suele ser un mal augurio
que descubro horas después de despertar.
Pero deberías sentarte en mi cama
y vemos si podés desterrarlos.
Quisiera que me cuentes cualquier cosa
pero que no sea algo estudiado.
No importa si no es bueno,
prefiero que no sea bueno.
Lo peor quiero escucharlo de vos.
Me espantaría menos que de otras voces,
sobre todo esas que vienen de adentro
interpretando esos silencios
que se reabsorben a sí mismos
multiplicando ecos e historias
que no podría dar a entender.

jueves, 27 de febrero de 2014

Papeles muertos

Una melodía, una canción, trae consigo el recuerdo de un pasado reciente, casi olvidado, empapado de una ilusión que murió joven y fue enterrada rápidamente, para ahogar los gritos que pudieran atravesar su ataúd.
A partir de ese día se borraron todos los anteriores, se puso stop a la música y se cambió de género. Rápido, cambiamos todas las fotos de los portarretratos y los pósters antes de empezar a extrañar los rostros. Colocamos nuevas cortinas, reemplazamos los lentes, descolgamos viejos paradigmas. Cambiamos toda la escenografía, la banda de sonido y los guiones, como cambiaron tantas veces antes. Esperamos que esta vez la obra tenga éxito, y ya no tengamos que destinar más tiempo y recursos a reajustes de último momento.
Pero días como hoy, el director se equivoca, da algunas órdenes erradas, el sonido es elegido mal. Se abren los cajones. Y los actores, desgraciadamente, que son casi siempre los mismos, caen en la nostalgia de viejos personajes. Deciden representar papeles muertos.

jueves, 20 de febrero de 2014

martes, 28 de enero de 2014

El Señor Preciso

Catapulta es un pueblo plagado de historias. Como en toda comunidad basada en los prejuicios y los chismorreos, allí las narraciones pasan por el boca a boca, mezclando a personas reales con características y hechos ficticios, y a vecinos anónimos con hechos terribles acontecidos.

Algo pintoresco cubre tales historias, y sus personajes, que generalmente ya no viven allí porque han fallecido o migrado a otro lugar (preferentemente más poblado y con habitantes menos entrometidos), terminan cubiertos por un aire célebre y hasta legendario, del cual muchas veces ellos mismos no son conscientes. Porque eso sí, Catapulta es un pueblo prejuicioso y chismoso, pero discreto.

Entre las historias de los que ya no viven, destaca la del llamado Señor Preciso. Era un relojero, y creía que tal apodo le había sido concedido por su oficio, pero en realidad provenía de una historia relacionada con su aparente antipatía y las razones de tal rasgo.
Se trataba de un hombre de pocas palabras. Se limitaba a decir "buenos días" a sus clientes, escucharlos, decirles qué arreglo necesitaban sus relojes, darles un presupuesto y despedirlos con otro "buenos días". Los clientes más charlatanes no entendían tal comportamiento, por qué tan poca conversación, por qué no decía algo más que eso, y algunos empezaron a barajar hipótesis cuya veracidad nunca sería corroborada, y a hacerlas circular. De esta forma, se creó una historia que fue incorporando modificaciones y matices que originaron una serie de versiones.

A Adolfo Mollet le contó la historia un panadero que se jactaba tácitamente de su incesante parloteo con todo aquel que cruzara el umbral de la puerta de su negocio.

La versión que éste comunicaba era la siguiente. Resulta que el Señor Preciso, cuyo nombre real era Gaspar Armelio, era un aficionado de la precisión. Esa obsesión poco común, cuyo detonante nadie se atrevería a afirmar cuál fue, lo llevaba a buscar la perfección en el acto comunicativo del hablar. En un comienzo tal obsesión se manifestaba en un simple detallismo en las cuestiones que modificaban al hecho, persona o situación que estaba describiendo. Por ejemplo, si narraba un accidente ocurrido en la vía pública, explicaba dónde había sido, quiénes estaban allí, la causa, el día y el horario, y añadía detalles que él consideraba muy relevantes porque creía que ayudaban a comprender la situación. Por supuesto, siempre eran elementos completamente verdaderos.

Con el tiempo esta actitud fue volviéndose cada vez más frecuente y perfeccionada. Así se refería a toda información adicional que pudiera añadir. Siguiendo con el accidente como ejemplo, a la explicación del mismo le añadía datos como nombres de los involucrados y sus familiares, razones por las que circulaban por la vía pública, lo cual incluía los lugares de trabajo o vivienda de los mismos, cuestiones relacionadas con las características de las calles y el asfalto, situaciones anteriores similares y todo otro detalle del cual estuviese completamente convencido de su veracidad en el caso. Tal comportamiento era cada vez más pesado, "por la carga de información, no por su carácter, no me malinterprete, yo lo respetaba muchísimo al Señor Preciso" decía el panadero en el medio de su exposición, que ya iba por los 5 minutos, 16 segundos. Efectivamente, el relojero aplicaba tal descriptivismo a todo lo que decía. Una mínima referencia a un hecho cualquiera le tomaba como mínimo treinta minutos de explicación. "Figúrese esa situación para cada cliente que entraba". Y eso, objetivamente, cansa a cualquiera.

El hombre generaba mucho respeto y se decía que era de mal temperamento, por eso nadie se atrevía a detenerlo en medio de sus desarrollos. Esto contribuyó a que el Preciso continuara con la cotidiana presentación de sus informes, convencido de la calidad de los mismos. Pero esa actitud era un vicio que se alimentaba a sí mismo, y con el pasar de los años las narraciones eran cada vez más extensas. El sujeto se remontaba a cuestiones que para cualquier otra persona carecían de relevancia en relación a lo que inicialmente se había propuesto decir. "Una vez se entusiasmó tanto hablando de la nueva vecina, que se remontó a la evolución del hombre para explicar la costumbre de dejar la canilla abierta mientras se cepillaba los dientes; por supuesto que no me lo dijo a mí, pero me lo han contado, sí", le dijo el panadero a Adolfo. "No me sorprendería que haya llegado a hablar del origen del Universo en una de esas".

Lo que también agravaba la situación era que el hombre era un gran aficionado a la lectura y día a día adquiría nuevos saberes de todas las ramas del conocimiento, lo cual enriquecía aún más su mensaje. Si su interlocutor le prestaba atención, salía de la relojería cultivado con más conocimientos que los que pudiera recibir en una clase de cinco horas de Historia Universal o Física Cuántica. Posiblemente también dispondría de mucho menos tiempo para hacer las tareas restantes del día. Un importante editor un día llegó a la relojería y quedó tan fascinado con el afán descriptivo del Señor Preciso, que le ofreció trabajo como colaborador para escribir una enciclopedia. Preciso no se sintió atraído por tal idea y rechazó la oferta.

Hay dos versiones principales del final de la historia.

Una es que el hombre se dio cuenta de la gravedad y la exageración de su precisión informativa cuando revisó sus cuentas y descubrió que sus ingresos habían disminuido. Era el único relojero de todo Catapulta, así que la competencia no era una explicación posible. Las largas filas que se formaban en la puerta de la tienda habían desanimado de tal forma a sus clientes, que ya nadie entraba allí. Hacer una consulta al relojero implicaba perder dos o tres horas. El cuidado que los habitantes del pueblo le daban a sus relojes había ido en aumento, todo sea por evitar tal trastorno.

La otra versión establecía que tras un fuerte golpe en la cabeza, Preciso había perdido gran parte de su memoria. Sus conocimientos ya no existían y lo poco que sabía eran hechos muy difusos. Y su precisión, que había permanecido tan intacta como su habilidad con los relojes, le impedía hablar sin estar seguro de lo que decía.

Se considere una versión o la otra, el resultado había sido el mismo: el Señor Preciso dejó de dar largas exposiciones de sus saberes, y como no podía hacerlo de otro modo porque no le gustaba "hablar por hablar", simplemente se limitó a partir de ese momento a abrir la boca lo mínimo e imprescindible, lo cual es también una forma de precisión.

viernes, 3 de enero de 2014

Derecho a lectura

Mientras la computadora hacía su trabajo aplicando filtros sobre incontables archivos, la mujer se puso unos enormes lentes de marco rojo, revisó la lista de precios y dijo:

- Bueno, le explico cómo trabajo. Deberá pagarme por adelantado el 50% del precio del producto más caro que sea arrojado por la búsqueda.

- ¿Cómo? ¿Sin verlo antes?

- Sí, así es. Verlo es parte del consumo, ¿comprende?

- Pero si no me llevo ninguna me devuelve lo que le pagué...

- No, no. El adelanto es un derecho a lectura que debe pagar independientemente de su decisión final.

- Pero eso es un robo. No puede cobrarme por algo que no me entrega.

- En cierta forma sí es una entrega, imagínese que yo a usted no lo conozco, no sé cuánta memoria visual tiene y tengo que cubrirme por cualquier acto malintencionado de su parte. Recuerde que estas obras son exclusivas y requieren un gran esfuerzo para su elaboración. La creatividad no crece en los árboles.

- Eso lo comprendo, señorita, yo soy músico. Pero aun así, considero que disfrutar del arte es algo libre, o ¿acaso cuando toco en mi casa o en la calle debería cobrarle a cada persona que me escucha un importe fijo por eventuales robos?

- Esas son las reglas -remarcó la mujer señalando con la lapicera un gran cartel que rezaba sobre su cabeza la forma de cálculo de los importes de los derechos a lectura y a prueba.

- Muy bien, acepto. No tengo opción, hoy por hoy. Pero no estoy de acuerdo.
El músico sacó de su bolsillo la billetera y pagó el monto que la autora le indicó.

- ¿Qué es el derecho a prueba? –preguntó mientras entregaba los billetes, observando el cartel.

- Es el importe a pagar si decide, una vez leído el producto, probarlo cantándolo, con o sin música.

- ¡¿Pero para eso no le acabo de pagar?!

- No, señor. Usted me pagó el derecho a lectura, no a prueba.

- ¿Y ese derecho qué sentido tiene?

- Bueno, yo no tengo por qué darle explicaciones sobre mi negocio, pero se las daré para que no piense que soy una ladrona. Usted sabrá, como músico que es, que la memoria auditiva es muy particular, y combinada con la visual permite recordar palabras y sonidos con potenciado efecto.

- Entonces también es por lo mismo, por el temor a que le robemos. ¡Hay que ser desconfiado, eh!

- Sí, puede que usted esté en lo cierto.

- Desde ese punto de vista, yo podría cobrarle a usted el derecho a escuchar mi versión de su canción. ¿Qué le parece?

- Si no se siente cómodo probando el tema en mi presencia, puede dejar aquí su teléfono y todo otro aparato grabador o transmisor de información que posea, e ingresar a uno de los probadores aislados.

- Así que usted tiene todo calculado. ¿Y qué pasa si yo temo que usted me robe mis pertenencias?

- Lockers. Lo que ve aquí, detrás de mí, son lockers con llave.

- Bueno, a ver. ¿Qué tiene para ofrecerme?

La autora se levantó de su silla, se dirigió hacia la impresora y retiró unas hojas tibias.

- Estas diez poseen las palabras clave.

El músico las tomó y miró sin saber por dónde empezar.

-Puede tomar asiento.

- Los caminantes en los sende...

-En silencio, por favor. Si no, se considera prueba.

Después de unos minutos, el músico levantó la vista y sentenció:

- No me gustan. ¿Puedo cambiar las palabras clave?

- Cómo no. Dígame.

- "Soledad", "camino", "destino".

- A ver... el derecho de lectura es de 3500 pesos.

- ¿¡COMO!?

- Le explico, las palabras que eligió son muy recurrentes en la poesía y existe un gran número de artículos que las contienen. Los precios fluctúan desde los 500 hasta los 7000 pesos, y corresponde por el derecho de lectura el 50% del más caro.

- Pero yo no puedo pagar eso.

- ¿Quiere hacer otra búsqueda?

- No, me voy a escribir mis propias canciones.