amargo, ácido, escéptico,
de extraña dulzura
y de charlas que no fueron.
Perfume amarillo,
de mis sentimientos,
de mis pensamientos,
de que no te siento,
de que estás lejos,
de palabras que no encuentro.
Y del sonido del silencio,
incómodo, furioso,
irónico y violento,
rellenado por la ciudad
que es la nada y es el todo
de lo que siempre fuimos
y no seremos jamás;
porque dimensiones
nos engañan
con su solemnidad
y sus arañas,
de tiempo, enroscadas,
perfumadas,
en mi garganta,
que dan sed y dan alarma
de que estuve equivocada
y de que el sueño todo sana
hasta que llega la mañana,
horriblemente perfumada.
Presentidas arañas,
de tiempo, enroscadas,
perfumadas,
en mi nariz y mi garganta,
en mi glándula pituitaria,
nublando mi mirada
y buscando la palabra,
que detenga el derrumbe,
que desenrede la urdimbre,
que encuentre las razones
en medio de las causas,
perdidas y desafinadas.
Pero nunca encuentra nada
porque muere en mi garganta
o se diluye en la nada
de una hoja de papel
para ser por siempre
sólo eso, una palabra,
impregnada,
perfumada,
ridiculizada.